22.1.13

Amar, sentir. Inspirar y ser inspirado.

De veras que esta entrada quería abatirla durante meses. Quería aplazar este momento para otro momento. Tal vez podría ser demasiado, hacerlo ahora. Pero si no lo hago, muy probablemente reventaré.
Me jode tremendamente que haya tenido que plantar este pino justo al lado contiguo de la declaración de Orwell. Mas de verdad que, señor Orwell, le prometo que no le molestaré mucho; de hecho, no le molestaré. Ni siquiera miraré su declaración, solo a pequeños rasgos que puedan quedar en mi subconsciente.
Esto no me resulta ni siquiera divertido. Reconozco ser un prostituto de la literatura, pero no debería arracarme cada tira de piel y dejarla secar para vuestro disfrute. No, sin duda esto no es placer, esto es otro fragmento de conciencia que sube al cadalso. Esta es otra porción que se ata la cuerda de las letras, y hace activar la trampilla. ¡Fuera! ¡Vete de aquí! No, no se va. Sigue estando en esencia, y su esencia es lo que me disturba.


Hay alguna que otra entrada por ahí, que trata este tema, como Reloj de aire¿Disfraces?. Aunque creo que la mejor lo explicó, y la que me ha hecho en mayor o menor medida pensar si debía seguir con la siguiente entrada, ha sido Estúpidos pensamientos de escritor. Creo que refleja bastante lo que voy a escribir, y si leeis las anteriores, tal vez de esta podeís rechazar el contenido superfluo, que adelanto, habrá en medida.

¿Por qué escribo? Tal vez sea una pregunta que me haga cada vez que me levanto. ¿Quién activa el motor? Teniendo en cuenta que el motor lo activa alguien, pues lo podría activar algo. ¿Existe una musa? Porque las musas existen, pero no todos tienen una. Indagar en esto puede ser como escarbar eternamente hasta el fondo de la Tierra, por el simple hecho de que en esto momento que pienso esto, mañana podría pensar otra cosa. Y en virtud de la novedad, podría descender otros cuantos metros o inundarme de un montón de kilómetros. No lo sé. Esto está basado en el ahora, y definir a mi persona futura, o incluso a mi persona pasada con esto, sería bastante estúpido.
La primera cuestión es muy simple. Pero demasiado larga de contestar. Me temo que debería revolverme en el tiempo, hasta remontarme a épocas muy lejanas, donde no me preocupaba de este tipo de nimiedades. Probablemente fue cuando empecé a leer, cuando descubrí un mundo maravilloso. La verdad es que mentiría si dijera que no me gustaba la lectura, sobreentendiendo que para unos ocho años, era más habitual estar revolcándose en un mar de barro como cerdo, o detrás de una pelota dejándome las rodillas en carne viva. No, a mi me gustaba mucho más estar en mi casa, y probablemente leyendo. Era un atípico dentro de lo típico. Lo primero que cayó en mis manos fue una edición del Señor de los Anillos; una flamante belleza de pastas duras. Porque me gustaban los libros "gordos", como vulgarmente se les llama a los pináculos de la literatura. Tan solo había ido a por él porque era el libro más grueso de la sección de Novelas. Mi pensamiento era: ¿Qué hay dentro? Es justo lo que piensas cuando tienes una caja entre las manos y no sabes ni qué es. Es ciertamente curiosa la velocidad a la que me zampaba este tipo de obras. Podría nombrar muchas obras, muchas a nivel nacional y otras del extranjero, pero la verdad es que estaría mejor dejar eso para otro lugar que no fuera el cadalso. El hecho de mencionar a Tolkien con su magnífico ejemplar, no es por mero gusto. De verdad que la Tierra Media fue un golpe rotundo en la nariz, que probablemente aun tengo fragmentada. Historias, Fantasía, Historias, Magia. Rondaban en mi cabeza. Digo aquí y ahora, ante el silencioso e intrépido público que lo que me atraía no eran sus letras. Ni siquiera su argumento. Era la creación. El otro día comencé una búsqueda intensiva de mapas, ejércitos y otros esfuerzos a los que dedicaba el día. Quiero volver a encontrar de nuevo, y que me hagan recordar por qué escribo. Exacto. El poder de creación.
No el gozo de ser Dios, con el que ahora me meteré. Sino el gozo de la creación, y no solo me refiero al hecho de poder hacerlo, sino al hecho de hacer gozar a otros, e incluso provocar tanto gozo que sientan el inmediato deseo de hacer gozar a otros, a modo de cadena. Le debo mucho a John, él lo sabe. Sería sencillo si se zanjara aquí el por qué. Pero me temo que no se zanja aquí. La narración, era algo que admiraba; incluso con temor. Escritor sonaba a sabio, verdaderamente a divinidad. Es por ello que rememorando viejos tiempos, incoscientemente soy incapaz de llamarme escritor con todas las letras. Siempre que mis manos no jueguen conmigo, voy a intentar entrecomillarlo; también evito entrecomillarlo para que no arrastre el muerto anterior. Para muchos o todos, se es escritor o no se es nada.
Pero hay otras vicisitudes que archivar del por qué escribo, porque aparte de haber dado una general, y que sostenga a las demás hay otras que no se deben obviar.


Trascendentalismo e inmortalidad. Sapienza y superioridad. A nadie le mueve esta roída razón. A mi movió por bastante tiempo. Es cierto que en algunos momentos de mi infacia, fui bastante más maduro que en la adolescencia. Si debiera responder el por qué comencé a escribir, todo hubiera sido muy distinto (si se ve desde el punto de vista más o menos formal). Comencé porque debía rellenar un vacío. Había estado un tiempo de mi vida ciego, sin pensar mucho en mi mismo, sino en una habitación bastante oscura y cerrada. Cualquier engranaje en algun momento puede fallar, y en un momento falló, y yo abrí la puerta sin querer. En mi mente alguien decía: "Deberías a empezar a escribir ¿Por qué no te sientas ya?" La verdad es que era bastante raro, porque no había pensado en esa infantilidad desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera sabía quien hablaba, y eso me repateaba por trescientas mil veces. No obstante, lo repetía en mi mente, una y otra vez, hasta incluso resultar molesto. Solo hubo una única forma de hacerlo callar. Escribiendo. Así escribí "La batalla", un relato que de por seguro no volveré a leer en mi vida. Pero fue el primer contacto con la literatura. Más tarde emprendí el proyecto con cinco maravillosos enanos que aún beben cerveza en mi mente. Cualquiera que diga que "Arpegio de Enanos" murió, que se agache y limpié su vómito. Pienso en ellos cada día de mi vida.
Pero por ese tiempo, mi mente no había sucumbido al proceso creador, sino al proceso destructor. Me destruía a mi mismo, saboreando una victoria que aún ni siquiera imagino. Era bastante ignorante, pensar que era tan sencillo consumir esta droga, sin efectos secundarios. Y mis efectos secundarios fue recoger el mundo por completo, y hacer de él un acordeón mientras sus habitantes se movían. ¿Por qué? Porque solo así podía demostrar que era mucho mejor que los "otros". Me ayudó un ente que tenía la misma enfermedad; solo que el mismo y su ruda personalidad también me construyeron como soy ahora. Me erosionó mucho, pero me solucionó demasiado, y aun no le he pagado todo lo que le debo.
No es algo disparatado. Cualquier escritor es egocentrista, y más si se dedica a la fantasía. No podemos olvidar, que el escritor es Dios creador de su propio universo, y en cierto modo él tiene el control absoluto sobre ese mundo. Esto no tiene nada que ver con lo anterior; aquí me refiero al placer propio, al alimentar nuestro amor por nosotros. En controlar el controlar, tardé bastante. Hasta que los enanos se sentaron a descansar, y yo decidí mientras dar vida a otros universos. Y por supuesto, apaciguar mi fuego.
E incluso ahora, quedan otros hechos por los que debería responder al por qué escribo.

Entrar en el mundo artístico fue mi error. Todo Arte no es Arte per sé. Necesita algo más para ser Arte, un trozo de alma, una pizca de esencia... El Arte es una excepción para la libertad propia. El descubrimiento del Arte, alimentó y disminuyó mi anterior razón. La aumentó, porque al fin y al cabo el Arte también es sabiduría, y la sabiduría te hace superior. Pero la disminuyó porque sabía que todo Arte, debía ser, al igual que enérgico, invisible. Eso es algo que aún intento regular, y que probablemente un artista profesional tenga muy en cuenta.
Sencillamente, el Arte maduró mi escritura, estilo y géneros. No quiere decir que dejara la fantasía o que por Arte dejaría la fantasía, pero si es verdad que ahora mi fantasía es distinta. Debe tener un fondo esponjoso para alguien que deteste el impacto. Hay que escribir entre líneas, siempre con un origen recio y ardiente.

Es un proceso experimental, el determinar como dejará tu Arte entrar a los demás. Hay gente que no piensa en esto, y sin embargo entra. Otros que se obsesionan y jamás lo consiguen. ¿Por qué? Porque el Arte, como he dicho, debe contener una parte del artista o creador; pero ese artista o creador no debe saber que ha dejado su parte, para crear Arte. Simplemente, siga cualquiera de los caminos que siga, si lo hace con constancia, lo consigue. Es la maleabilidad y flexibilidad del Arte, que deja que intrusos lo violen. Pero no pasa nada. El Arte exige, y ahora mismo, en el presente, acompaña practicamente a todos mis escritos. Una muestra más, aunque de verdad que me entran naúseas de tratar mis propios relatos, es "Eternidad de ceniza", donde se entreve perfectamente el lirismo que quiero dejar. Belleza.
También es un motor. También es un motor el Arte. Un motor, el gasoil y el vehículo entero. La estética, y lo que arrastra, es algo que me preocupa bastante. Es algo que busco, en cualquier arte, desde el primero al sexto, y los artes contempóraneos; algo es verdaderamente Arte cuando encuentro ese fragmento clavado, y eso es lo que quiero que encuentren de mí los lectores. Los que vienen o no viene buscando el Arte.

No creo que debiera dejar mucho más. De hecho creo que será lo último que diga respecto a mí. Tal vez pueda matar algún que otro escrúpulo, pero esta será mi sentencia final, hablando de lo personal.
La horca podrá saborear algún que otro contenido más de mi conciencia, pero ahora toca a los demás pasar por el ojal de la desesperación.

Ahora otros deberían amar, sentir, inspirar y ser inspirados.

21.1.13

Tópicos literarios en Mi # Mayor

Hoy os traigo un fragmento de un ensayo del señor Orwell, que a día de hoy hace 63 años, falleció. Desgraciadamente, pues tenía 46 escasos años, de los que bien aprovechados se puede destacar "1984". En este minúsculo trozo de alma, me gustaría hacer pensar a más de un escritor; yo mismo me he sentido identificado por alguno de estos motivos. Me gustaría poco a poco trabajarme un ensayo para cada una de estas zanahorias atadas a la cuerda del Arte.

Existen en diverso grado en cada escritor, y concretamente en cada uno de ellos varían las proporciones de vez en cuando, según el ambiente en que vive. Son estos motivos:

1. El egoísmo agudo. Deseo de parecer listo, de que hablen de uno, de ser recordado después de la muerte, resarcirse de los mayores que lo despreciaron a uno en la infancia, etc., etc. Es una falsedad pretender que no es éste un motivo de gran importancia. Los escritores comparten esta característica con los científicos, artistas, políticos, abogados, militares, negociantes de gran éxito, o sea con la capa superior de la humanidad. La gran masa de los seres humanos no es intensamente egoísta.

Después de los treinta años de edad abandonan la ambición individual -muchos casi pierden incluso la impresión de ser individuos y viven principalmente para otros, o sencillamente los ahoga el trabajo. Pero también está la minoría de los bien dotados, los voluntariosos decididos a vivir su propia vida hasta el final, y los escritores pertenecen a esta clase. Habría que decir los escritores serios, que suelen ser más vanos y egoístas que los periodistas, aunque menos interesados por el dinero.

2. Entusiasmo estético. Percepción de la belleza en el mundo externo o, por otra parte. en las palabras y su acertada combinación. Placer en el impacto de un sonido sobre otro, en la firmeza de la buena prosa o el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno cree valiosa y que no debería perderse. El motivo estético es muy débil en muchísimos escritores, pero incluso un panfletario o el autor de libros de texto tendrá palabras y frases mimadas que le atraerán por razones no utilitarias; o puede darle especial importancia a la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Ningún libro que esté por encima del nivel de una guía de ferrocarriles estará completamente libre de consideraciones estéticas.

3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y almacenarlos para la posteridad.

4. Propósito político, y empleo la palabra "político" en el sentido más amplio posible. Deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir. Insisto en que ningún libro está libre de matiz político. La opinión de que el arte no debe tener nada que ver con la política ya es en sí misma una actitud política. 


Por qué escribo - George Orwell

17.1.13

Un Mundo Feliz

Perdonad la blasfemia, pero lo hago a sabiendas que el señor Huxley no se revolverá en su tumba.
Y el caso es que me temo que hoy el puesto no se lo debo Aldous, y bien que se lo merece. Aunque le he prometido que otro día le cedo una birra por aquí, así que tranquilos que vendrá.
Hoy tan solo quería indagar un poco, como suelo hacer en estas entradas filoso-paranoicas, sobre la naturaleza de mi felicidad, obviamente centrada en el ámbito artístico, que es de lo que trato por estos lares. Todo viene porque me he dado cuenta de que a veces alguien me lee. De verdad pensaba que todas esas visitas, que no son pocas mas no demasiadas, estaban hechas por alguna especie de autómata. Además, no se salen de su línea; a menos que copie el enlace de la entrada en alguna red social, porque pienso que lo merece, no por endosar esta bazofia en incorrecta sodomía, el número de visitas oscila en la decena. No llega a los veinte, ni baja de los siete. A veces sube, y a veces baja, pero desde que el antro es antro, el antro es técnicamente, antro visitado.
Y no solo me visitan. De verdad que os cuento, que de vez en cuando me dejan algun que otro comentario. Y de veras que no son halagadores, pero es que me sienta como un orgasmo que un Anónimo, recluido en su chabóla a cinco o seiscientos kilómetros de aquí, me anime a seguir escribiendo.

Tal vez, estoy delirando, pero eso es exorbitante para mí.
Es por eso que muy probablemente, mi mundo feliz esté hecho de anónimos, gente con máscaras, impenetrables, pero que te dejan una ilusión aparentemente empírica. Son esos gargajos de afecto que tienes que guardar para recordar en el momento de enfrentarte con la hoja en blanco. En el momento de vaciarte es cuando tengo que recordar esos dos otros seres inexpresivos que sintieron por su cuenta, que un escritor no les daba el suficiente nectar artístico que necesitan para saciarse. ¿Y es qué no está el escritor hecho de esas flemas? Es la prueba más transparente de que un lector también juega aquí.
Y que la labor de escritor, si desea sentirse realizado, no es más que la preparación de un brebaje que calme la sed de aquellos que quieran beber su arte.

9.1.13

La mágica invención del adjetivo

Probablemente ya haya tomado algo de polvo el bueno de John, con su benévola intención de mostrarnos algo de su creatividad. Hace ya tiempo, publiqué el primer fragmento de "Sobre el cuento de hadas" de J.R.R Tolkien. Estaría bien que recuperara el discurso y nos enseñara algo más sobre la fantasía. Esta vez, un paralelismo entre adjetivo y el mundo fantástico. Un genio, poco reconocido.

"[...] La mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, no sólo ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas (y hallándola agradable a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica. La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pudo hacer una cosa, también la otra; e hizo las dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel. Y nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras mentes. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel determinado; podemos poner un Verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podemos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal "fantasía" que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en subcreador.

Así, el poder esencial de Fantasía es hacer inmediatamente efectivas a voluntad las visiones "fantásticas". No todas son hermosas, ni incluso ejemplares; no al menos las fantasías del Hombre caído. Y con su propia mancha ha mancillado a los elfos, que sí tienen ese poder real o imaginario. En mi opinión, se tiene muy poco en cuenta este aspecto de la "mitología": subcreación más que representación o que interpretación simbólica de las bellezas y los terrores del mundo. [...]"


 Fragmento "Sobre el cuento de hadas" de J.R.R. Tolkien

6.1.13

Despropósitos del MMXIII

Ya era hora de hacer acopio de memoria, ponerme a escribir sobre el pasado y el futuro. Es lo que nos caracteriza: ponernos metas inalcanzables y suculentas e idolatrar las ínfimas metas conseguidas. Y mientras tanto vivir nuestro presente guiado por esos lazarillos inútiles.
Pero no me iba a privar de hacer esas culminaciones estúpidas, así que ya pasado el comienzo de año voy a escribir una lista de despropósitos. ¿Qué son despropósitos? Unos propósitos que bajo ningún concepto debo cumplir. ¿Por qué despropósitos? Porque los propósitos son muy difíciles de completar y están ya demasiado vistos. Siempre es más fácil deshacer que hacer, ergo aquí va mi poco labrada lista de despropósitos.

I.- Dejar de leer, no leer ni siquiera quince libros. No tocar nada de origen nacional.
II.- Matar a mi pez y si es posible, hacerlo de hambre o asfixia.
III.- No aprender nada sobre el arte; de hecho, no aprender nada sobre un artista por mes, y en eso entra cualquier rama artística. Tampoco entender el arte de forma activa.
IV.- Seguir la corriente estilística de lo moderno y quemar mi gorra.
V.- Dejar de escribir.
VI.- Vender siempre la piel del oso, antes de haberlo cazado.
VII.- No conocer otros escritores, y mucho menos de mi zona.
VIII.- No plagar mi habitación de láminas de obras surrealistas.
IX.- Derrochar el dinero.
X.- No ponerme horario de escritura, ni señalar nada en el calendario referente a mi vida literaria; de hecho,
XI.- dejar de escribir. Conlleva no escribir relatos asiduamente y posiblemente matar este diario de bitácora de aburrimiento. Y por supuesto, dejar de alimentar a mi serpiente.
XII.- Odiar la música sobre todas las cosas; en especial el ahora adorado jazz, estilo reluciente.
XIII.- Olvidarme de mis trabajos diarios.
XIV.- Ignorar a Diego.
XV.- No cumplir mis despropósitos del MMXIII.
XVI.- No escribir despropósitos para el año que viene.

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