12.8.12

Prejuicios


Prejuicios. Los prejuicios están cargados de prejuicios. Es el letal veneno que probamos y damos probar, que compramos ignorantes y vendemos orgullosos. No me arrastra más que un profundo odio las comparaciones llevadas a cabo, como si nos creyéramos algo, por el hecho de ser seres pensantes, como jueces de otro planeta que exigen y plantean problemas absurdos y sin sentido a los inferiores humanos. Y guiados por una corriente social, dejan caer su mazo a favor de lo que políticamente correcto es ahora correcto para ellos también. Aunque saben que tan solo se han dejado firmar en el libro de su conciencia y usurpar en la reputación, alimentando con esas hojas a todos los prejuiciosos que los persiguen.
Los prejuiciosos son atrapados por los de su círculo, y estos, por los prejuiciosos, en una cadena infinita de hipócritas con sonrisa de plástico y ojos de yeso. Pero cuanto asco damos, que creemos conocedores y participes de nuestro mundo, de nuestras reglas y de nuestra vida, y apenas conseguimos conocer lo que somos nosotros. Pero si nos vemos capaces de, entre la oscuridad y en perfecto sigilo, atentar contra el inocente o el culpable, errando la mayoría de las veces, pensando que la adivinación de su vida nos dará importancia. Cuanta basura hay que limpiar, no creo que acabe nunca esta insaciable búsqueda de lo ajeno, no creo que nunca se limpie esa basura que nos llega hasta las orejas. El prejuicio es el hijo de la señora hipocresía, porque ningún prejuicio llegara a oídos del prejuiciado por el prejuicioso. Como si fuéramos niños, unas morbosas manos invisibles nos remueven el estomago y nos dan un cosquilleo adictivo. No sabemos lo que hacemos, ni lo que provocamos cuando lanzamos un prejuicio. El daño no nos importa, al igual que el dañado, si no nos incumbe a nosotros, es otro más de tantos.
Tantos que han creado prejuicios y los usan constantemente.

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