Vengo frustrado. Escribo esto en tinta porque no puedo
esperar más, tengo el recuerdo calido y sólido de lo que ha pasado apenas hace
unos minutos. (Evidentemente, ahora lo estoy pasando para que lo podáis
disfrutar) Escribo esto bajo la sombra de un árbol, esperando el autobús que me
lleve a mi casa de nuevo. Al no tener una base estable, mi letra esta
distorsionada, pero la caligrafía no es lo que importa ahora, sino el contenido
de mi memoria escrita, de mi conciencia.
Hoy me dirigía a la biblioteca pública, como de costumbre,
para renovar uno de mis libros y aparte concentrarme en uno de mis relatos. Por
desgracia, estaba cerrada por enfermedad, así que he tenido que coger mi
relato, mis folios y mi lápiz, a hacer alguna otra cosa. He recordado que cerca
de allí, había un sitio que tenía ilusión de visitar desde hace tiempo. Se
trata de una especie de librería gigante, para compra-venta al publico y al por
mayor, tanto de primera como de segunda mano. Los libros allí, eran bastante
baratos, así que me he podido permitir el “lujo” de dejar de tomarlos
prestados, y obsequiarme con un libro que quería comprar desde hace algún
tiempo. Estaba en un montón de copias, habría como unas cincuenta, con unas
pastas azul intenso. Aparte de ser de un escritor con nombre, ya me lo habían recomendado,
y con ese precio, no dude un segundo en cogerlo y pagarlo allí mismo. Para
hacer un poco de tiempo, decidí ir viendo títulos y autores. Estaban
organizados dentro del caos, es decir, los géneros estaban separados, pero el
orden alfabético brillaba por su ausencia.
En un entramado inmenso de pasillos dignos de un laberinto,
mi rostro iba palideciendo. ¿Por que? Extraño era encontrar un libro que no
tuviera polvo. Los mas famosos, estaban al principio, limpios y vistosos.
Incluso los de segunda mano vestían de gala. Pero cuando mas me alejaba de la
entrada, encontraba a los “leprosos” Con una tristeza casi infinita he
intentado limpiar todos los que he podido. Si tuvieran sentimientos, esos
libros se ahogarían en sus propias lágrimas. Prácticamente al final del lugar, había
un libro con pastas marrones, y superficie rugosa. No eran las pastas, era una
gruesa capa de polvo. Este no era como los demás, este estaba mucho peor que
los otros. No se me ni el titulo, ni el autor, tampoco el genero. Pero se que
ese será el próximo libro que coja. No me importa que sea una novela romántica,
erótica, religiosa o informativa.
Detrás de aquel libro, detrás de aquella ristra de letras,
hubo un alma literaria. Un alma que fue capaz de con cariño, tiempo y
creatividad, crear un libro. Esculpir un estilo y moldear una forma.
¿Por qué nadie lee ese libro? No quiero leer por leer. Nadie
va a leerse un libro de psicología aplicada a niños pequeños si se va a dedicar
al cuidado de cabras. Incluso yo, aun siendo “escritor”, aun teniendo estos
ideales, me guío por autores de prestigio. Lastima que no llevara más dinero,
porque juro que hubiera comprado aquel dinero con gusto.
¿Qué es lo que tuvo Tolkien, Lovecraft, Bécquer, Shakespeare
que no tuvo el otro escritor? Cuando publico ese libro, la editorial le dijo:
Te vamos a hacer inmortal. Y el escritor vivió con esa ilusión. La ilusión de
todos los escritores, (no el objetivo, eso es distinto) Pero la editorial no
dijo: Estarás en una estantería, será el que mas polvo tenga. Nadie se acordara
de ti después de esto y tu esfuerzo lo tiraras a la basura. Lo odio ¿Pero que
es este sentimiento? Una extraña mezcla de amor literario y odio social.
A partir de hoy, mi lectura, se dividirá en dos. La primera
parte, será como siempre. Recurriré a escritores clásicos y modernos conocidos,
afianzándome en la seguridad de que lo que lea será bueno, y podrá fortalecer
mi forma de escribir. Pero la segunda, será un intento del recuerdo vago por
escritores olvidados. Acariciare el lomo de esos libros, como si pudiera tocar
la memoria del autor, como si pudiera resucitarlo efímeramente. Al fin y al
cabo, un libro, no es más que una cesta llena de experiencias y memorias del
escritor, su imaginación y creatividad hecha piedra, y con figuras
espectaculares.
¿Es extraño? ¿Soy “rarito”?
Pondré un ejemplo para los más cerrados. La gente tiene
mascotas, como por ejemplo un perro. Les acarician, les miman, y les hablan.
Algunos los visten, y los entrenan. Los alimentan y les dan hogar. Ellos a
cambio, te pasan pulgas, te ladran, y a veces te muerden. Se cagan en tu casa y
se mean en tu cama. Son capaces de tirarse a cualquier perra y multiplica el
calvario por tres. Pero… ¿Realmente es un calvario? No, un perro puede ser tu
mejor amigo. Se pueden obtener grandes experiencias inolvidables, y me encantaría
cambiar a más de un gilipollas por un noble, humilde y educado perro.
¿No es igual con los libros? No, es mucho mejor. Un libro no
caga ni mea. El único alimento que necesita es tu lectura.
Los libros juegan un papel fundamental en nuestra vida y
nosotros lo pagamos así. Un libro puede cambiarle la vida a alguien, y me
remito a los hechos.
He sacado un preciado jugo a este hecho. Cualquier persona
hubiera visto en ese libro un trozo de cartón y papel, basura vieja que tirar. Pero
yo he sacado una bella metáfora de todo esto.
Y es que todos nosotros, amigos míos, tanto los que lean
esto, como los que no, tanto yo, como tu, querido lector, somos ese libro. El
polvo es el tiempo. Mientras vivimos, somos leídos. Nuestras hojas están en
constante movimiento, y nuestras pastas no se ensucian mucho. Se pueden
estropear, pero nuestra tinta es imborrable y perecedera. Los hay finos y
delgados, que nos cuentan poco y aportan menos, pero también los hay gordos y
gruesos, en los que nos podemos sumergir en un mar de información. Pero todos
nosotros, acabamos en la estantería de la muerte. Da igual el tamaño, o el género.
Tampoco el autor. Y después de esto, tristemente, cogemos polvo, poco a poco,
la semilla del tiempo germina en nosotros y crece como una enredadera. En
nuestros lomos, se asienta la capa de polvo, que puede incluso a estropear
nuestras hojas. En el peor de los casos, a veces nos consume del todo. Pero, si
alguien se digna a leernos, sopla sobre nuestra superficie, y nos hace jóvenes y
fuertes de nuevo. Nos quita el tiempo y nos revive. Solo así, llegamos a sonreírle,
a agradecerle el gesto eternamente. Desnudamos nuestras hojas para que queden
bien limpias. Y cuando terminan de leernos, nos dejan. Entonces volvemos a
coger polvo. Y nadie nos recuerda, así hasta que nos convertimos en lo que
somos. Polvo.
Podemos elegir tomar polvo y dejar que otros lo tomen. O
querer ser “inmortales” y soplar un par de lomos, al menos de algunos
familiares. Eso lo decidirá nuestro contenido, porque en las estanterías del
olvido solo cogen a los mejores.
Y esto es cierto, es tan cierto como que escribo esto, un 28
de junio de 2012, bajo la sombra de un árbol, justo cuando pasaba ante mis ojos
el autobús que debería llevarme a mi casa.
Pero eso ya no importa, porque esto es el parabrisas de
polvo que todos necesitamos
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